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¿Gestión sin Política?

La conformación de nuevas “comunidades de intereses” permite a directores ejecutivos que se han desempeñado en diferentes empresas desembarcar en el Estado para hacerse cargo de su gerenciamiento. Estas nuevas formas en el ámbito público es uno de los rasgos innovadores de la administración bajo la promesa de alcanzar una mayor eficiencia y transparencia del Estado. Es una fuerte apuesta cuyos resultados se harán evidentes en el corto plazo.

Esta estrategia política parte de una visión de transparencia, eficiencia y ordenamiento asociada al manejo de las empresas privadas por sobre el sector público. Es una hipótesis que despierta controversias y debate.

Al mismo tiempo, esta visión refuerza estigmatizaciones sobre los alcances y logros del funcionamiento estatal y de lo político. Por ahora, hay una fuerte señal de la nueva gestión en avanzar en la "gestión" que sobrevalora el criterio "técnico" en una supuesta contraposición con lo "político", asociado a la discrecionalidad, ineficiencia, y corrupción.

Independientemente de los estilos de gestiones, que los hay aceptables y reprochables tanto en el ámbito público como privado, hay un punto central en la gestión que es su orientación política y que está determinada por la estrategia de desarrollo elegida por el gobierno para el país.

En este sentido, una gestión saludable (definida como eficiente, transparente y honesta) resulta incuestionable pero que no alcanza sino logra los objetivos políticos y sociales considerados necesarios.

Aquí es donde se plantean los mayores desafíos e interrogantes ya que la gestión sin política es tan insostenible como una política sin una gestión que la acompañe.

La calidad democrática requiere un Estado activo, eficiente y que resuelva las demandas sociales, en especial de los grupos más vulnerables.

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